lunes, 16 de marzo de 2009

A mi abuelo Fidel

En la estancia fuera de casa no siempre hay momentos fáciles, y hoy es uno de esos momentos porque ayer falleció mi abuelo Fidel. Quizá os preguntéis porque escribo sobre ello, y la respuesta es sencilla, es que esta es mi manera de hacerle un pequeño homenaje desde tan lejos.

Desde luego cuando alguien muere puedes actuar de dos formas: lamentando las cosas que no has hecho con esa persona o bien recordando los momentos que de una u otra forma te hacen sonreír. Os podéis imaginar que opción prefiero elegir.

De cuando era muy, muy pequeña la imagen que tengo de mi abuelo es de una persona callada y extremadamente mañosa, virtud que desgraciadamente yo no he heredado. Realmente lo recuerdo arreglando cualquier cosa, y de hecho se me quedó grabada la vez que hubo algo que no supo solucionar (también ayuda a mi memoria el hecho de que justo ese objeto fue un juguete mío, el torno del “alfanova” que me habían traído los reyes).

No sé si os he contado alguna vez que en mi familia somos muy de asociar actividades a personas, como por ejemplo el encargado de llevarme a ver las marionetas a la plaza (Peneque, Peneque ¿dónde te metes?) ha sido siempre mi tío Vale o el del día de la bicicleta mi tío Carlos (Yo el día de la bicicleta como bien podéis deducir iba de mera espectadora). En este reparto (que no sé como se organizó) a mi abuelo Fidel le tocaron las cucañas. Realmente no tengo ni idea de si el termino cucaña es acuñado por mi abuelo, si es típico extremeño o es de ámbito nacional, así que por si acaso lo explico (y esto va especialmente dedicado a los capitalillas de MadridJ). La cucaña consiste en poste de madera que se unta de cualquier sustancia resbaladiza (normalmente jabón) y se coloca perpendicular al suelo. En el extremo más alto de la cucaña se pone un jamón, y la diversión consiste en ver como la gente escala y resbala por el poste mientras intenta alcanzar el jamón. Otro de los juegos que se realizaban consistía en poner barreños con monedas y harina en los que con la boca tenía que encontrar las monedas. La verdad es que haber ido a las cucañas forma parte de mi conjunto de recuerdos más antiguos, con lo cual no sé deciros si entonces ya por entonces tenía yo formado mi nivel de escrupulosidad actual o era por orden explicita de mi abuela (otra gran escrupulosa), el caso es que la participación de mi abuelo y mía en tales eventos era simplemente como publico.

Cuando yo ya era un poco más mayor (ahora nos movemos entorno a mis 11 años y ya mi abuelo venía a comer a casa) recuerdo el intento fallido de enseñarme a jugar con la peonza. La verdad es que yo siempre he sido bastante enreda y siempre que querido estar a la moda del cole: que se llevaba el diabolo, yo me compraba un diabolo para jugar, que se ponían de moda hacer pulseras, yo hacía pulseras,... Con la peonza pasó lo mismo, un buen día paso a ser lo más “in” del patio. Empecé comprándome una y luego me busqué a alguien me pudiese enseñar. Me sonaba que alguien había contado que mi abuelo jugaba de chico a la peonza, así que lo enganché para que me diese clases. El tema peonza no fue nada bien, primero porque mi abuelo se dedicó a hacerme de rabiar insistiendo en que el término correcto era trompo y no peonza (como podéis comprobar yo también soy muy cabezona y sigo sin dar mi brazo a torcer), y después porque ninguno de los dos éramos famosos por nuestra paciencia, con lo cual mis conocimientos actuales sobre la peonza se limitan al ámbito puramente teórico (¿Sabéis que las peonzas pueden ser de dos tipos en función de la parte metálica? Pueden ser de punta de garbanzo o de pico de cigüeña. Hay queda eso).

Sin embargo al menos hubo una cosa con la que superamos con creces las dos sesiones: jugando a la escoba. Durante muchísimo tiempo después de comer nos echábamos una partida a las cartas. No es que existan muchos juegos de cartas para dos jugadores así que nos centramos en la escoba. Como buen integrante de la familia Jiménez, mi abuelo participaba de la actividad típica de la familia: hacerme de rabiar. Y si mis tíos se habían especializado en simular el robo de mis muñecos o llamarme usando nombres extraños, mi abuelo se centró en mosquearme mediante las cartas. Así que por ejemplo cada vez que se llevaba un oro repetía: “Cojo este orito que me va a venir muy bien” (a lo mejor una vez te da igual, pero oír esta expresión vente veces a la semana te termina sacando de quicio, y más si no te gusta perder) o cuando estábamos en la ultima manga siempre me decía: “No tapes tanto la carta, que para un cuatro que tienes…” (Ahhh, con esto especialmente me indignaba, y más porque nunca quiso contarme como lo hacía, se guardaba el truco para él)

Creo que puedo decir que a mis dos abuelos, Domingo y Fidel los tengo asociados a los cacahuetes. Al primero porque a escondidas le robaba los panchitos que él a su vez compraba, sin que mi abuela se enterase, para los partidos del Atléti (un crimen perfecto porque no se podía quejar). Y a mi abuelo Fidel porque, durante muchísimo tiempo (casi tanto o más como el que estuvimos jugando a la escoba), pasaba a verlo a la salida del cole por el bar donde iba a tomarse el café. Él siempre me “convidaba” (me encanta este verbo) con 20 duros en invierno o un polo en verano, y me daba los cacahuetes que ponían de pincho en el bar. Cómo sería la rutina que si algún día me despistaba hablando (raro en mí :p), siempre alguno de mis compañeros del colegio me recordaba: “Oye que hoy no has pasado a ver a tu abuelo”. Con tanto cacahuete como comí les terminé cogiendo manía, para alegría de mi abuelo Domingo, pero sin embargo tanto vicio ha dejado su poso y ahora el mono se me manifiesta en forma de M&Ms.

El recuerdo actual, conmigo ya de mayor que más me gusta de mi abuelo era el de cuando nos poníamos a hablar de cosas de historia que él había estudiado en el colegio y que recordaba con asombrosa claridad. Pero cómo no, siempre había el puntito de discusión cuando cada uno se encabezonaba en el otro estaba equivocado con el número de un rey o las fechas de un evento.

Para terminar este post quiero agradecerle a mi padre las veces que se puso pesado para mi abuelo y yo hiciésemos cosas juntos porque así a día de hoy puedo recordar todas estas cosas que hice con él.

Un besito.

3 comentarios:

  1. Es precioso el recuerdo que tienes de tus dos ABUELOS, te acompaño en el sentimiento, un beso fuerte

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  2. Muchas gracias Angel. Tambien tengo muy buenos recuerdos (y divertidos) de tio Goyo (otro gran colchonero :)). Un dia te tengo que contar largo y tendido el dia que fuimos a pescar y cuando lance el hilo lo pesque por la camisa. :)

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  3. Como sabes que me gustan las freses y citas, te diré una de mis favoritas (aunque no recuerdo quién la dijo): "Ninguna persona muere del todo si algo de ella pervive en otra".
    Un besazo.

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